Mi intención hasta hace unos días era dedicar esta entrada del newsletter al aparato que tienes en tus manos, pero el pasado fin de semana ocurrió algo que me hizo cambiar de planes.
Como cualquier otra forma arte, el futbol sólo alcanza la perfección en momentos de fugaz belleza. Yo iba por la vida resignado al espectáculo, al mercado de fichajes, a las estadísticas, a las simulaciones, a los gestos obscenos, a las estrategias, a las historias de Instagram y los Tiktoks, a las caravanas… en fin, yo iba por ahí creyendo que ahora todo eso era el futbol hasta que de repente, el domingo, el día del señor, tuve una revelación.
Y luego, como casi nunca pasa, tuve otra más, que me dejó exhausto y feliz.
La personificación de esta alegría es, como todos saben, Lionel Messi. El elegido. Un deportista que algunos reducen a la figura del acumulador, a una suerte de Elon Musk del futbol que no se cansa de amontonar records, trofeos, atención, poder. Porque se supone que eso es la gloria: el deseo insaciable, la obsesión de grandeza. Otros han querido ver en él a un caudillo. Al jefe, al macho, al bocón. Eso intentó Maradona, por ejemplo, y se decepcionó: “Es inútil querer hacer un caudillo a un tipo que va 20 veces al baño antes de un partido”, acabó por reconocer. Yo, como Jorge Valdano, creo en cambio que Messi es un sabio. Que desde niño solo ha querido una cosa. No la fama, no el poder, no el dinero, no el prestigio. Toda una vida por algo más pequeño y definitivo: por un beso, por un piquito.
Y como una copa no es una copa, el domingo Messi por fin pudo cerrar los ojos y abandonarse, solo en medio de la multitud, al beso que siempre había imaginado, que ya había vivido en otros y ahora quería para él. Lo inasible, el aire, el futbol mismo era lo que tenía en sus manos. Todos, supongo, buscamos eso: el beso de la vida, a la que le pedimos, como en el Cantar de los Cantares, que nos bese con los besos de su boca.
Si yo pudiera ponerle un título a esta foto sería “El enamorado”, que es el título de un poema que termina así (y fue escrito, además, por otro sabio argentino):
Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.
Apuesto que algo así pensaba Messi cuando cerró los ojos para besar la copa (que no es una copa, que no es una copa). Ni el acumulador ni el caudillo habrían sido capaces de esa lucidez. Pues sólo el enamorado, el que ejerce esa alta forma de sabiduría, puede entregarlo todo por nada. Y así juega Messi. Y por eso es inmune a la envidia. Y por eso todos (o casi todos) queríamos que ganara. Porque si hubiéramos pasado junto a él se habría hecho a un lado para que diéramos nuestro beso, como le ocurrió a Tití Fernández, el periodista argentino ante el que se detuvo para que besara la copa (que no era una copa sino la memoria de su hija que había muerto en un accidente en el mundial de 2014). “Para vos mi vida preciosa, divina. Somos campeones del mundo, Sole, te quiero”, le dijo Tití a su hija que ya no está.
En fin, por eso somos felices después de ver jugar a Messi. Intuimos que cuando apaguemos el televisor, de regreso al partido que nos tocó en suerte (lavar la losa, conducir al trabajo, empacar regalos), vamos a llegar emocionados, agrandados, convencidos de que también nosotros podemos jugar así.
¿Y ahora?
A los que un mes de futbol no les pareció suficiente (o a los que apenas se enteraron de que se jugaba un mundial) quizás les guste escuchar “La última copa”, un podcast de NPR que nos recuerda algo fácil olvidar: que Messi es un inmigrante. El escritor Hernán Casciari (que también aparecerá en la próxima entrada de este newsletter) escribió una crónica, ya viral, sobre ese mismo Messi. Aquí lee un fragmento.
Si les da curiosidad lo que sobre el futbol dice la literatura, podrían leer Puro futbol, la colección de cuentos futbolísticos de Roberto Fontanarrosa; o Cuentos de futbol, la antología en dos tomos que preparó el ex futbolista Jorge Valdano; o La vida que pensamos de Eduardo Sachieri; o el ya clásico Futbol a sol y sombra de Eduardo Galeano. ESTA antología puede ser un buen inicio.
Por último, si quieren salir de Argentina, podrían animarse a leer la autobiografía de Pelé, que algunos consideran uno de los mejores libros deportivos de todos los tiempos.
¡Felices fiestas!
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