4. Idea Vilariño / Héctor Rojas Herazo
Las oraciones
Ustedes qué responderían a esta pregunta: ¿puede orar quien no cree en Dios? O mejor: ¿tiene sentido orar si no se cree en Dios? Yo, que nada sé, pienso, a veces, que los seres humanos somos todos criaturas orantes. Es decir, somos criaturas que hacen oraciones. En casi tosas las lenguas hijas del latín la palabra oración significa, además de discurso dirigido a la divinidad (prayer), el simple hecho de unir un sujeto, un verbo y un predicado (sentence). Ora quien habla, ora quien junta palabras para producir sentido. En cierto modo, la función más elemental de todo lenguaje es también la función más elemental de toda plegaria: pedir que nos escuchen. Siempre que decimos o escribimos algo, lo que sea y a quien sea, eso es lo único que queremos. “Escúchame”. Esa es la palabra detrás de todas nuestras palabras.
Se me ocurre —y no solo porque estamos en febrero— que la experiencia más obvia de nuestra naturaleza orante es (tarararaaaa) el amor. Cuando estamos enamorados, ¿no somos todos como el creyente que, “desde lo hondo” , le pide a su Dios que lo escuche, que lo ame? Al menos eso es lo que la religión y la literatura nos han dicho durante siglos y siglos. Pienso ahora, por ejemplo, en El cantar de los cantares, un texto sagrado para el Judaísmo y el Cristianismo (si no lo han leído, tienen que hacerlo) que tiene versos como estos:
¡Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña,
en lo escondido de escarpados parajes,
muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;
porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto
Es imposible diferenciar los elemento religiosos y eróticos de este poema. Y quizás sea así porque lo que quiere decirnos es que hay un componente divino en toda forma de amor humano. ¿O será lo contrario? ¿Será el amor divino el que es un reflejo del amor humano? Ustedes elijan la opción que más les guste. Al final, sea como sea, en algo parecemos coincidir los seres humanos de hoy con los de hace 25 siglos (cuando se cree que se escribió El cantar): nada podemos ante el poder incontenible, furioso, atemorizante del amor.
¡Porque el amor es fuerte como la muerte,
el celo voraz como los abismos
y sus brasas son llamaradas de fuego!
¡Ni el diluvio podría extinguir el amor, ni los ríos ahogarlo!
Idea Vilariño
La uruguaya Idea Vilariño es una de las poetas que más obsesivamente escribió sobre el amor, sobre sus promesas y sus desengaños. El lenguaje de sus poemas es sencillo, hecho con las palabras de todos los días, las cotidianas, las que aprendimos sin darnos cuenta. Su ritmo, sin embargo, es otra cosa. Sus poemas pueden hablar de los más comunes conflictos de los enamorados, pero lo hacen con la intensidad de las plegarias y los salmos. Aquí tienen una antología de sus poemas para que lo comprueben. Si leen en voz alta el poema que les copio abajo verán (o mejor, escucharán) lo que quiero decir:
Te estoy llamando
Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte amor
como a la muerte.
Héctor Rojas Herazo
Imaginen que alguien les pide una lista de aquello que los hace dignos del amor de otra persona. ¿Qué escribirían? ¿Por qué alguien debería amarlos, elegirlos, marcarlos como únicos y diferentes a los demás? Mi respuesta favorita a esta pregunta la escribió Héctor Rojas Herazo en un poema llamado “Súplica de amor”. Su lista, como verán, es conmovedora y sorprendente. No sólo porque está hecha de atributos imposibles o que en realidad pertenecen a otros (como si lo más “amable” en él no fuera suyo), sino porque culmina en lo que en apariencia es lo menos deseable en una persona: su fragilidad. Gabriel Marcel, un filósofo francés, decía que amar es decir al otro: No te mueras. Rojas Herazo dice lo mismo usando la lógica opuesta: Porque me muero, porque soy mortal, necesito tu amor. El enamorado es, en esencia, un penitente; alguien que, como enseña la historia de esa palabra, se arrodilla para pedir, para orar, para rogar con humildad que lo amen. Éste es el trato: a cambio de tu amor, mi mortalidad.
Súplica de amor
Por mi voz endurecida como una vieja herida;
Por la luz que revela y destruye mi rostro;
Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios;
Por mi atrás y adelante;
Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan;
Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo
y por el perro que lame los pómulos;
Por el aullido de mi madre
cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro;
Por mis ojos culpables de todo lo que existe;
Por la gozosa tortura de mi saliva
cuando palpo la tierra digerida en mi sangre;
Por saber que me pudro.
Ámame.
Aquí pueden leer otros poemas de Rojas Herazo. Casi todos son enigmáticos, llenos de asociaciones libres y de cierta densidad filosófica. En común tienen la actitud suplicante, el fervor religioso, la disposición a la oración y a la materia. Ya saben: el que tenga ojos…
Diálogo
Hija (señalando algo en el libro): ¿Qué es eso mamá?
Mamá: Se llama tocino.
Hija: ¿Nosotros comemos tocino?
Mamá: El tocino viene de un animal y no comemos animales.
Hija: Ahhhh ya, nosotros comemos libros.
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