Al menos desde Platón, los filósofos han dicho que para alcanzar la sabiduría es preciso estar despierto. Que sólo quien tiene los ojos abiertos ve, y sólo quien ve, sabe. Este principio, con el que generalmente estoy de acuerdo, perdió para mí su validez cuando descubrí algo todavía más obvio: a las 3 o 4 de la mañana lo único que quiere una persona despierta es dormir. A los insomnes no nos une el amor al saber, como a los filósofos, sino la búsqueda desesperada del sueño, del olvido del ser, de la cabeza vuelta piedra sobre la almohada; los insomnes no buscamos la sabiduría, sino la ignorancia, que es, a veces, la paz de los seres.
Mi teoría es que nunca antes en la historia se durmió tan mal. En el pasado, los insomnes al menos tenían a su disposición una cultura del sueño, una sofisticada mezcla de reglas, rituales y tradiciones que se transmitían de generación en generación y en la que se podían refugiar. De eso, ¿hoy qué nos queda? ¿La industria del sueño? Algo perdimos, creo, cuando ganamos las pastillas de melatonina, el ZzzQuil, las máquinas de ruido, los apps de meditación, los manuales del sueño, el sonido en YouTube de las olas y las [ustedes terminen la frase]. Quizás la pérdida más triste de todas —más triste que la de la oscuridad compartida o del silencio— ha sido la pérdida del que por siglos fue el remedio más eficaz contra el insomnio: el cuento antes de dormir. Esta práctica, que sólo se ha preservado de manera parcial y mecánica en el mundo infantil, poco ha podido contra la creencia de que las actividades que valen la pena son las que nos mantienen despiertos.
Por mi parte, desde que mi esposa me hizo ver lo evidente (“Siempre que vas a dormir a la niña te duermes tú también”), repito conmigo la misma rutina que empleo todas las noches con mi hija: me leo a mí mismo un cuento con el único objetivo de… zzzz. Me leo, por ejemplo, “La bella durmiente”, una historia que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron a principios del siglo XIX, pero cuya versión más antigua data de 1330, es decir, de hace más de 600 años. Ustedes ya saben de qué se trata: por no haber sido invitada a una fiesta, un hada decreta que la hija del rey dormirá por un siglo. Éste, se supone, es un castigo, pero yo, que sin vergüenza confieso mi aspiración de ser un bello durmiente, siento que es el mejor de los regalos. De hecho, en el momento clave del cuento ocurre lo mismo que ocurriría en mi mundo perfecto, en mi pequeña utopía de la noche: todo duerme en derredor.
Mi reina, mi rey: yo no sé cómo se duerme en su palacio, pero, por si acaso, imagine que hoy, cuando vaya a la cama, lo espera este milagro:
[Ponga aquí su nombre] cayó sobre la cama que allí había y se sumió en un profundo sueño; el sueño se enseñoreó de todo el palacio; el rey y la reina, que acababan de llegar y habían entrado en el salón real, empezaron a dormir y toda la corte con ellos. Se durmieron también los caballos en el establo, los perros en el patio, las palomas en el tejado, las moscas en la pared, e incluso el fuego que chisporroteaba en el fogón se calló y se durmió, y el asado dejó de asarse […]. El viento se calmó y en los árboles delante de palacio no se movió una hoja más.
Los cuentos de todos
Los mejores cuentos para dormir son los cuentos tradicionales. Funcionan, intuyo, porque todos sabemos de qué se tratan, porque su esencia es la de ser creaciones colectivas, intergeneracionales, que nacen en la oralidad y en la oralidad se transmiten. Todos hemos oído hablar de Pinocho o del “El patito feo”; no todos sabemos quiénes fueron Carlo Collodi y Hans Christian Andersen.
De las innumerables opciones diponibles, muchas veces refundidas entre ediciones piratas o comerciales, ¿qué tal si intentan dormirse con los cuentos de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen? Puede ser en la edición de Taschen.
O mejor aún, ¿por qué no leer cuentos de la tradición popular de América Latina? Aquí van los pdf de dos libros que reúnen y recrean cuentos de la tradición oral del Pacífico colombiano. En mi experiencia, sus efectos somníferos empiezan a sentirse después de 20 o 30 minutos de lectura.
La canción de cuna
No hay nada natural en el sueño. Mi hija me ha enseñado que incluso las cosas más elementales hay que aprenderlas. A cerrar los ojos por ejemplo; a taparse y destaparse por ejemplo. Me ha enseñado también que el sueño casi nunca viene solo, sino que hay que llamarlo y tenderle trampas para no dejarlo ir. Cuando los cuentos no son suficientes para engañarlo, mi segundo recurso, que es en realidad una variación del primero, son las canciones. Estos días la que más cantamos en casa empieza así:
Una estrella se ha perdido
y en el cielo no aparece.
En tu cuarto se he metido
y en tu cara resplandece.
Tus ojos, morena,
me encantan a mí,
aun más que la rosa
y aun más que el jazmín
Hace poco descubrí que esta canción —que mi hija aprendió de su madre y su madre de sus padres y sus padres de sus abuelos y así— es una canción popular española recogida por primera vez en 1867 por el músico Lázaro Núñez Robres. Así suena:
Cuando descubrí esto recordé una hermosa conferencia que el poeta Federico García Lorca dio en 1928 llamada justamente “Las nanas infantiles”. Si la leen, además de notar su belleza, quizás acaben haciéndose la misma pregunta que yo me he hecho estos días: ¿Cuáles son las canciones de cuna de nuestro tiempo? Si repasan las canciones que se saben de memoria, ¿hay alguna que hayan aprendido de labios de otra persona, sin mediación de grabaciones o emisoras o aplicaciones? En mi caso, el repertorio de canciones heredadas es mínimo, y muchas de ellas las aprendí en la adultez. Sospecho que mi experiencia no es excepcional; de hecho, las pocas excepciones que conozco no hacen más que confirmar el hecho de que cada vez crecemos con menos canciones heredadas, venidas desde nuestros abuelos o de antes. Nunca habíamos tenido acceso a tanta música y, probablemente, nunca antes habíamos sido menos musicales.
En fin, pensando en todo esto, pensando en quienes tienen hijos o son educadores, armé una pequeña lista de canciones de cuna en español. ¿A ustedes cuáles les cantaban? ¿Ustedes cuáles cantan?
- “Drume negrita” es quizás mi canción de cuna favorita. Aquí está en la voz increíble del cubano Bola de Nieve.
- A la misma tradición negra de América Latina, aunque ahora de la región del Pacífico, pertenece “Duerme negro José”.
-“Duerme negrito” es una canción que hicieron famosa los argentinos Atahualpua Yupanqui y Mercedes Sosa. Yupanqui dijo haberla escuchado en el Caribe colombo-venezolano. Aquí en la versión menos conocida de Elia Casanova, quien tiene un album de solo canciones de cuna.
-Algunas de las nanas que recogió y musicalizó Lorca se encuentran en línea. Una de las más conocidas es ésta, “La nana de Sevilla”.
-La argentina María Elena Walsh escribió cuentos y canciones que han marcado a generaciones y generaciones en América Latina. Los más mayores quizás reconozcan algunas de las canciones en este album. “Canción para bañar a la luna” es una de las favoritas de mi hija.
-Son muchos los poetas que han escrito canciones de cuna. Hace unos años la editorial Media Vaca publicó el Libro de las nanas, una antología de poemas de cuna de poetas como Nicolás Guillén o Gabriela Mistral. Los de Mistral, aquí un ejemplo, son tiernos y dulces; los de Guillén, juguetones. Y claro, como todo sueño se acaba, también hay canciones/poemas para despertarse. “Canción para despertar a un negrito” es un poema de Guillén cantado por la mexicana Amparo Ochoa.
Diálogo
Yo: ¿Qué soñaste?
Hija: Soñé con un aroirís. Había monstruos y dos T. Rex. Los T. Rex rugían (grrrrr) pero no daban miedo. Después fuimos a mi escuela a jugar con mis amigos. Después fuimos a la bilioteca a ver libros. Después los monstruos se fueron a su casa y yo vine a mi casa con el T. Rex y vimos un partido de futbol.
¿Comentarios?
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¡Me encantó! Guardé los PDFs para leérselos en unos mesecitos a Lorenzo. Gracias, en gran parte, a las recomendaciones de una amiga música que sabe mucho de pedagogía musical para la infancia, hemos venido armando una lista en Spotify de canciones latinoamericanas para niñes (https://open.spotify.com/playlist/4K3DINPrNyeXgocdbibH5V?si=cdb10b8350274afc). No son canciones de cuna y son más bien actuales. Pero a Lorenzo le gustan o, por lo menos, le gusta que se las cantemos. Voy a seguirla ampliando. Quizás también sean del gusto de Emilia <3