6. El último suspiro
Hay una idea muy antigua según la cual el sentido de la vida consiste en prepararse para morir. Dicha preparación, que alguna vez fue un saber elemental —tan elemental como aprender a sumar o a leer o a cuidar a los animales—, hoy es un asunto de especialistas del que apenas se habla en las escuelas y los hogares.
Cuando tenía 12 años escribí un poema sobre la muerte para mi clase de literatura. Recuerdo que el día después de entregarlo citaron a mi mamá al colegio; recuerdo su conversación con mi profesora afuera del salón de clase; recuerdo que mi mamá movía las manos, que parecía esforzarse en probar algo que, en ese contexto, lucía difícil de probar: que yo era un niño normal. No creo haber escrito ese poema porque alguien cercano hubiese muerto. O por tener una obsesión particular con el tema. Yo, como cualquier otra niña o niño, hace bastante tiempo me había dado cuenta de lo obvio. “¿Por qué ese ratón no se mueve?”, preguntó hace poco mi hija de cuatro años cuando vimos uno muerto en nuestra caminata. Ella ya sabía la respuesta. Lo había entendido antes de que le explicáramos. El impacto de ese descubrimiento, para el que todavía no tiene palabras, fue visible en su cara por unos segundos y la hizo detenerse.
Quizás porque muchos de mis estudiantes aspiran a ser enfermeros, a mí me gusta imaginar que en el salón de clase todos debemos tener algo de enfermeros. Es decir, que entre los muchos saberes que allí se nos enseñan también debería estar el de detenernos ante quien muere; el de aprender a tomar la mano, limpiar la saliva, hacer silencio; el de juntar poco a poco y sin saberlo las palabras que quizás después alguien (no sabemos quién) escuchará de nosotros o dirá para nosotros.
Iona Heath
Hubiera querido leer Ways of Dying (en español Ayudar a morir) hace muchos años, cuando mi papá aún estaba vivo. Supe de él gracias al escritor argentino Juan Forn, quien escribió hace más de 10 años ESTA reseña que yo leí hace apenas unos meses. Este pequeño libro pertenece a un género que en la Europa medieval se llamaba el Arte de morir y que hoy sigue siendo bastante popular, aunque no estoy seguro de que los autores de nuestra época —generalmente psicólogos y doctores, no monjes o teólogos— lo consideren todavía una forma de arte. Su objetivo es “sencillo”: enseñarnos a morir o, como ocurre en Ways of Dying, a acompañar a quien muere.
La singularidad del libro de Iona Heath radica en que transmite un saber práctico (fundado en décadas de experiencia como médica general) que es inseparable de un saber literario y filosófico. Para explicarnos, por ejemplo, por qué es importante “mirar”, “tocar”, “hablar” y“ser paciente” con quien se encuentra a punto de morir, Heath reúne una colección de citas de artistas, poetas y filósofos como León Tolstoi, David Hockney, Jorge Luis Borges, Isaiah Berlin, Hans-Georg Gadamer o John Berger. Para hacernos pensar sobre la relación del enfermo terminal con su cuerpo, sobre el hecho de que estamos completamente vivos incluso en el último instante, cita estos maravillosos versos de Ensei, un poeta japonés del siglo XVII:
Regalo de despedida a mi cuerpo:
sólo cuando él lo desee,
mi último suspiro.
En el fondo, todo el libro es como una larga colección de citas, como una apretada síntesis de meditaciones sobre la muerte. Según Heath, ellas son portadoras de un saber más profundo que el de “los protocolos médicos” o “la tecnología biomédica”. Cuando la muerte está cerca y es inevitable, nos dice Heath, la ciencia tiene poco que ofrecernos, por eso doctores y enfermeros también deben saber de poesía.
La sección final del libro sintetiza en unas cuantas proposiciones prácticas las principales reflexiones de Heath. Les comparto algunas (ustedes lean el resto):
Siempre que sea posible, las personas deben morir en casa o en un lugar que les sea familiar.
Nadie debe morir solo e, idealmente, a quien muere lo deben cuidar personas cercanas; si lo aman, mejor.
A veces es necesario sentir dolor para sentir que estamos vivos.
La profundidad del tiempo es más importante que su duración.
Me hubiera gustado leer este libro antes, quizás en la juventud, cuando, “bien” educado por mi escuela, creía que ninguna de estas cuestiones tenía que ver conmigo.
Los cuidadores
Casi todas las personas que he conocido en los últimos años, jóvenes y mayores por igual, se encuentran cuidando a alguien. En las historias que me han contado o he vivido suele aparecer el cansancio, la frustración, el desamparo. Al mismo tiempo, y casi siempre con igual intensidad, la ternura, la alegría, el sentido de una responsabilidad sin límites hacia otro que, en ciertas culturas, se llama amor.
Cuidar a otro es una experiencia transformadora. El vínculo que se establece en una situación de cuidado suele ser tan profundo como difícil de explicar. La historia que aquí les comparto es otro ejemplo más de eso. La escuché pensando en los cuidadores que me rodean, algunos de los cuales están leyendo esto y a quienes admiro hasta el agotamiento.
La historia sólo está en inglés. Al dar click AQUÍ podrás escucharla (54 minutos) o, si prefieres, leerla. Yo la escuché mientras lavaba la loza.
Diálogo
Hija: Mamá, quiero escribir un email a papi.
Mamá: Está bien.
Hija se sienta frente al computador y escribe su primer correo electrónico. Papi lo recibe e intenta leer en voz alta.
Asunto: Para papi
Mensaje: 😝rbgy6hddz scscs scacrteeeeerrf444d3fgqo890000 b f2rwcs saxyhyjy❤️kgntbtbff😆😛htbtndrvdsddyyug. dvwxaxwcs s dvevhvffffefdffggrvrf4fwwdef3brf4r4r4rerfefwxs🥳😌gg🥳yuuuuyh5g5g4ef3rygg😅vehtg6h5tbfbf
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Que irónico que casualmente hoy me tocó ir al funeral de la quién era mi maestra de kindergarten, Mrs. White. En verdad lo sentí mucho la muerte de ella porque ella fue la señora que me influyó para querer ser maestra. Estando sentada ahí, toda sola, me puse a pensar en la muerte; de que, si me pasa algo a mí, mis papás ni supieran cómo declararme muerta en este país! Pero en verdad, la muerte es un tema que mucha gente le ha agarrado miedo; es un tema silencioso. Sus nietos también estaban ahí, pequeños (como 3 o 4) y vi como ellos inocentemente sabían que su abuela estaba ahí en esa caja ya no viva; descubriendo la muerte.