Mi hija solo reconoce unas pocas letras del alfabeto; confunde sus sonidos en inglés y español; apenas intuye que la combinación de esos sonidos forma palabras y que todas las palabras que dice se pueden dibujar. Todo esto, sin embargo, tiene poca importancia para quien ya sabe leer. Para quien ya sabe, como mi hija, que los renglones se pueden descifrar de derecha a izquierda o de abajo hacia arriba o de cualquier parte a cualquier otra. Algo que vive en ella la empuja a leer los colores de las letras, sus formas, sus tamaños, los espacios que las separan. Mientras yo quiero llevarla con mi dedo de una palabra a otra, ella prefiere tirarse en el piso de la cocina, ponerse unas gafas de sol y leerse uno, dos, tres libros, a veces una, dos, muchas veces.
Entonces, al verla tan ausente y presente al mismo tiempo, tan entregada a un objeto con el que a veces habla y al que veces contempla; al verla tan alerta, atenta e indiferente, como quien se concentra para descansar, al verla así en la cocina pienso que quisiera lo mismo para mí.
Gracias a la niña de las gafas de sol llegué a Gianni Rodari, un escritor que enseña a leer, que no es lo que ustedes creen que significa leer. Busquen, por ejemplo, Cuentos por Teléfono (en inglés Telephone Tales). El libro tiene una premisa muy simple: todas las noches, a las 9pm, un padre que viaja mucho debe llamar a su hija y contarle por teléfono un cuento para que ella se pueda dormir. Lo hace desde una cabina telefónica y, como suele andar corto de monedas, solo tiene dos o tres minutos para contar cada historia. Los cuentos de este libro de 1962 hablan como los niños cuando se les toma en serio: son a la vez un acertijo, una broma, una máxima filosófica y una forma de la belleza; son livianos e inagotables, como los juegos, los que de verdad nos divierten y por eso jugamos en serio. Si necesitas una prueba, aquí puedes leer unos cuantos, idealmente antes de dormir.
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Dos poemas de Rodari
1. La tragedia de una coma
Había una vez una pobre coma que por culpa de un estudiante distraído terminó en el lugar de un punto después de la última palabra de la composición. Sola, la pobrecita, debía sostener el peso de cientos de palabras, algunas incluso con tilde. De la fatiga atroz murió. Fue sepultada bajo una cruz de borrador azul de maestro, y en lugar de crisantemos y siemprevivas recibió un ramo de puntos exclamativos.
2. Aprendan a hacer cosas difíciles
Es difícil hacer las cosas difíciles: hablarle al sordo, mostrarle la rosa al ciego. Niños, aprendan a hacer cosas difíciles: darle la mano al ciego cantarle al sordo, liberar los esclavos que se creen libres.
Diálogo
Papá: Hija, ¿te gusta leer?
Hija: Sí
Papá: ¿Por qué?
Hija: Por las letras, los números y zapatos apestosos.
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