Uno de los descubrimientos más importantes de mi vida adulta ha sido la infancia. No la mía ni la de mi hija (aunque eso también ha pasado), sino la de todos los niños que me cruzo a diario y que antes no sabía ver. Como dijo hace casi 100 años Paul Hazard, la relación entre adultos y niños ha sido históricamente una relación de opresión. Los adultos decimos quererlos, pero hacemos lo posible para cambiarlos; los ponemos en escuelas y universidades para que dejen de ser niños y vivan en el mundo verdadero, que sólo por casualidad coincide con el nuestro. En ellos no pensamos cuando construimos las ciudades, cuando creamos las leyes o negociamos nuestras jornadas laborales; tampoco pensamos en ellos cuando diseñamos sus parques y sus juguetes y sus comidas. Probablemente nunca antes en la historia hubo tantos adultos que supieran tan poco de niños, que convivieran tan poco con ellos.
Lo más extraño de esto es que un mundo centrado en las niñas sería quizás lo más cercano al mundo en el que todos querríamos vivir. No porque las niñas no tengan responsabilidades ni preocupaciones como los adultos solemos repetir, sino porque ellas nos obligan al cuidado, a la atención, a la pausa, a la memoria; su sola presencia nos exige tiempo, pero tiempo para la vida: para comer, jugar, dormir, movernos, cantar, leer. El filósofo Santiago Alba Rico dice que las niñas son “el inmigrante en casa, el único extranjero al que recibimos con alborozo”. Los ancianos y los animales, sus amigos más cercanos, nos revelan esa misma verdad pero quizás no de un modo tan intenso. Hay algo irrompible en la vulnerabilidad máxima de la infancia, en su extranjería, en su completa indefensión. Creo, al igual que Alba Rico, que hay una palabra precisa para hablar de esta condición: los seres que sólo pueden ser defendidos son maravillas.
Arnold Lobel
Y como una maravilla lleva a otra maravilla, las niñas que me rodean me llevaron hasta los libros de Frog and Toad. Publicados entre 1970 y 1979, los cuatro libros de la colección recogen escenas cotidianas y asombrosas en la vida de un par de amigos —un sapo y una rana— que van juntos por la vida. Lobel, quien se veía a sí mismo sobre todo como un ilustrador, dijo varias veces que escribir era para él un proceso doloroso. Lo que él experimentó como dolor, sin embargo, sus lectores lo vivimos como precisión y cuidado, que son formas del cariño. La densidad filosófica de sus historias, que ha inspirado a muchos autores (pienso ahora en Mo Willems y su serie de Gerald y Piggie), viene de esa mezcla de sencillez y profundidad que las niñas dominan con naturalidad y sólo pocos adultos logran preservar.
En uno de mis cuentos favoritos, que ocurre, supongamos, un día triste de marzo, el padre de Frog, queriendo subirle el ánimo a su hijo, le dice: “Hijo, éste es un día frío y gris, pero la primavera ya está a la vuelta de la esquina”. Emocionado por las palabras de su padre, Frog decide caminar hasta la esquina para encontrarse con la primavera. ¿Qué descubre allí? Bueno, ojalá se animen a averiguarlo, y una vez en esa esquina sigan de largo y se lean otra historia y luego otra y otra y así hasta acabar. O no.
Gloria Fuertes
Esta poeta española es todo lo contrario a Lobel: la alegría sin cálculo, la improvisación del juego. Quizás tiene sentido que la poesía se convierta en eso para quien tuvo una infancia y una juventud difíciles. Contra la pobreza, llenarse de palabras. Pero no para acumularlas, sino para hablar con los niños, para escucharlos, para escribirles –como hizo Gianni Rodari, sobre quien escribí la primera entrada de este newsletter. Fuertes se hizo famosa en España porque participó por muchos años en varios programas infantiles de TVE. En casa compramos hace poco esta antología y en línea se pueden encontrar varias selecciones de sus poemas, como ésta o ésta.
ESCRIBO
Escribo sin modelo,
a lo que salga,
escribo de memoria
de repente,
escribo sobre mí,
sobre la gente,
como un trágico juego
sin cartas solitario,
barajo los colores,
los amores,
las urbanas personas
las violentas palabras
y en vez de echarme al odio,
o a la calle,
escribo a lo que salga.
MIS DEFECTOS
Convertí mis defectos
en afectos
y quedé tan guapa.
LA POETA
La poeta se casó con el poeto
y en vez de niño
tuvieron un soneto.
Las ideas
Papá: Oye, ¿y de dónde te vienen todas esas ideas?
Hija: De la mente.
Papá: ¿Cómo?
Hija: En mi mente queda el pueblo de las ideas. Con árboles que son ideas, restaurantes que son ideas y decoraciones que son ideas. Después mi mente le dice las palabras a mis oídos y después yo las digo con mi boca.
Papá: Oh.
¿Y sus maravillas?
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Ya lo extrañaba
Hermoso escrito!